Aquella
navidad…De niño yo aprendí, que el amor no siempre se siente, no siempre se
aprende. A veces al ser uno repudiado por tus ideales, hace que nazca en ti el
amor que hasta entonces desconocías, que no sentías y que en ese momento se
abrió como una grana con la ayuda de aquel niño Jesús que te hizo ver la luz
del bien para con tus congéneres.
Desde
entonces, de aquel día, -que como tradición contemplé aquel Belén-, vi en los
chispeantes ojos de aquel Niño mi alma inocua, sin vida, sin sentimientos,
aborrecida por el mundo y entonces comprendí que yo tendría que sumarme a los predicadores del bien y de
esta forma liberar el mundo del pecado, como a mi alma también.
El
final es lo más bonito de nuestra existencia. Vives, pecas, tienes
arrepentimientos y la última etapa es la más excitante. La carrera de toda una
vida la resumes en el último suspiro, que es el que salvará el alma de todas
tus creencias.
Este
es un milagro más de las Navidades.
La
representación del niño Dios en estas fechas es lo que hace que tú abras el
baúl de los pecados cometidos durante el año y, que nunca te has propuesto hacer
un acto de contrición para su arrepentimiento, por vergüenza, de ver lo que se
dimana de ellos.
No lo
eches en saco roto que se pierda entre las brumas, piensa que es un deber que
debes de cumplir como creyente y que lo tienes apuntado en el libro de oro, en
el cual van asentados todos los actos del bien y del mal que hayas cometido y,
que Dios te dará cuenta de ellos para premiarte o castigarte siempre con la
benevolencia del que es autor.
Medita
y te arrepentirás.
JUMECO
No hay comentarios:
Publicar un comentario