Recorrí
La vereda en la que de niños jugábamos, recordé lo felices que fuimos cuando
nos juntábamos.
Juegos amorosos sin sexo
ni maldad, todos unidos como una piña jurando nuestra amistad.
Pasó el tiempo,
arrastrando nuestro olvido del amor y fraternidad que forjamos en nuestra
juventud.
Ahora ignorantes escogimos
otros caminos mas parcos, mas empinados, mas difíciles de caminar. ¿Por qué
juega tan mal el destino?
Tengo esperanza del día
–que ha de llegar,- que de nuestros corazones se borre la maldad y disfrutemos
todos de nuestro amor y nuestra amistad, como cuando éramos niños, sin rencores
y viviendo con felicidad.
¿Habrá que morir para
encontrar la plena felicidad?
El destino final de la
separación de nuestro cuerpo y alma está por venir sin fecha de caducidad.
JUMECO