viernes, 29 de octubre de 2010

EL SUEÑO DE MARÍA DE LAS MERCEDES

                       


            EL SUEÑO DE MARÍA DE LAS MERCEDES


                                              (Cuento registrado)
                                  El cuento que os voy a contar
                                  a mí me lo contó mi abuelita,
                                  ella siempre con su sonrisa
                                  aunque ya era muy viejecita.
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Esta, era una niña que se llamaba María, María de las Mercedes que vivía en una casa solitaria lejos de la ciudad, pero aunque era la mayor de los tres hermanos- y la tocaba ayudar a su mamá en las cosas de la casa - ella era muy feliz, pues además de jugar con los pequeños cuando tenía tiempo, tenía también otros amiguitos. Como Galeón un gallo que cantaba como un campeón; también estaba Fufú, un gato más gracioso que un andaluz y el conejo Ronrón que era un gran dormilón. Ni que decir tiene el cerdito Gruñón, que pesaba ya más que un camión, y ¿Qué me decís del pato Amador que no había quien lo ganase en la natación? También tenía una ardilla roja, que cuando la iban a pegar, esta se hacía la coja.
Después de venir del colegio y hacer sus deberes, ayudaba a su mamá, a barrer, a planchar, a tender la ropa, a cocinar, y cuando ya terminaba se iba a jugar con sus hermanos a la pradera que les tenía preparada su papá para que  no se manchasen, allí dando volteretas y jugando hasta la hora de cenar.
Ella era muy feliz, pero cuando llegaron las Navidades – como pasa en casi todas las casas de los pueblos-, pues se quedó sin su amigo Gruñón, por que lo hicieron chorizo y salchichón. También corrió la misma suerte el gallo Galeón que con su carne hicieron un gran guiso y el gato se comió lo que sobró. Al conejo Ronrón, a este no se lo comieron por que lo dejaron para otra ocasión.
Como el papá de María de las Mercedes sabía que se había quedado muy triste por la falta del gallo Galeón y del cerdito Gruñón, pues cuando fue a la feria de ganados, la compró un pollito chiquitito, y un cerdito recién nacido que era muy juguetón. ¡Ah!  y otro gato pequeñito que le llamaron Revoltoso, por que no hacía nada más que revolver en la caja de la costura de su mamá, liando todos los hilos, los blancos con los negros, y estos con los rojos y los verdes y los grises; bueno todo lo dejaba patas arriba, como sería que el gato Fufú le reprendía diciéndole que era muy malo, por que Fufú como ya era mayor tenía más formalidad, igualmente que los papás que ya no les gusta jugar ni a la comba ni al corro de la patata, ni a las canicas, ni con muñecas. Ellos sólo hacen que trabajar y trabajar igualmente que vosotros cuando seáis mayores.
¡Ah! se me olvidaba. También la compraron un caballo enano de los llamados Poni y que ella le puso el nombre de Poderoso, que aparte de ser su amigo, la ayudaba a traer la compra del supermercado que la encargaba su mamá. La llevaba montada en la grupa al galope hasta el súper, y después cuando ya había comprado todo, le ponía en el lomo las bolsas con la compra y así ella no tenía que cargar, pues pesaban demasiado.

Como todos los días, cuando se hacía de noche cenaban y después de limpiarse bien los dientes, se iban a la cama para que por la mañana no tener pereza para ir al colegio, no sin antes rezar sus oraciones.
Ocurrió una noche que, tuvo un sueño fantástico como si de un cuento de hadas se tratara. Notó como su caballito Poderoso, había llegado hasta su cama y con el hocico dándola en su cara la despertó. Ella un poco asustada se le quedó mirando y vio que le habían crecido dos alas en lo alto de sus lomos, y que él agachándose la invitaba a que se montase como lo hacía otras veces cuando iban al supermercado. María de las Mercedes así lo entendió y se montó en su “grupa” – que es lo mismo que lomos -.
Y ¿Sabéis lo que pasó?
Pues que el pequeño Poderoso con la niña encima salió por la ventana volando y se remontó muy alto tan alto como las nubes y volando, volando llegó al país de las golosinas.
Allí los árboles eran de rico regaliz, Las flores de caramelo de sabor a fresa, las casas estaban hechas de chocolatinas, los asientos de los parques eran de gominolas, las aceras eran de turrón del duro de almendra, los semáforos eran chupa chús de diferentes colores, como los de verdad.  Los columpios de los parques de los bebés estaban hechos de chicles y así era todo, por eso se llamaba el País de las Golosinas.
Cuando aterrizaron apareció el señor Alcalde y les dijo: Comed todo lo que queráis pero no demasiado por que sino luego os va a doler la tripita. Pero como todo estaba tan rico fueron probando de una cosa, luego de otra y así hasta que ya no pudieron más. Y después de dar las gracias al señor Alcalde y a los alguaciles remontaron otra vez el vuelo para volver a su casa y que su mamá no se enterase que habían salido si pedirla permiso.
Al llegar allí y meterse otra vez en la cama, como había comido tantas golosinas la empezó a doler la tripita y se puso muy malita, y no la quedó más remedio que levantarse al baño y vomitar todo lo que había comido. ¡Que lástima con lo rico que estaba todo! Y ya con el estomago vacío se volvió a la cama y siguió durmiendo hasta que su mamá la despertaba a ella y a sus dos hermanos diciendo: ¡Vamos niños!  ¡Levantarse perezosos que ya van a ser horas de ir al colegio!
Se levantaron, se lavaron, desayunaron y antes de salir para el Colegio María de las Mercedes fue a ver a Poderoso por ver si de verdad le habían crecido las alas, pero se equivocó ya no tenía alas, Poderoso sólo la miró y relinchó, como dándola los buenos días.  Entristecida se fue al colegio `por que había vuelto a la realidad.
Y así con su fantasía esta niña vivió muy feliz con su familia y sus amiguitos los animales, y ya nunca más comió demasiadas chucherias para que así no la hiciesen daño. 



NIÑOS NUNCA MALTRATÉIS A LOS ANIMALES

NINUNCA COMÁIS  DEMASIADAS  CHUCHERIAS 
Os lo dice:JUMECO       

1 comentario:

  1. Este cuento -como casi todos- disfruto con ellos cuando los leo a los niños. Creo que se meten en ellos por las expresiones de su sus caras. Merece la pena escribirlos.

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